Es un día de otoño, y a ella no le extraña demasiado que no se pueda ver la luz del sol. Se muerde el labio mientras piensa que para ella, en realidad, ya no existe el sol.
Una solitaria lágrima desciende por su mejilla mientras piensa en el sol. Su sol. Su vida.
Con el dorso de la mano se limpia la gota salada y se pasa la lengua por los labios, humedeciéndolos. Abre la ventana, y aunque la lluvia empapa la alfombra no le importa. Se siente bien la lluvia fría contra su cara. La refresca.

Cuando hace demasiado frío en la solitaria casa -incluso para ella-, decide cerrar la ventana y se vuelve a sentar en el sofá donde había estado toda la tarde.
Intenta buscar el mando de la televisión, pero no lo encuentra. Como no le apetece levantarse y buscarlo, decide dejarlo y se queda mirando a la nada. Su mente, en blanco. Es lo único que puede hacer. No puede pensar nada. Porque todo es el. Y todo le recuerda a el.
Pestañea un par de veces. Pero no llora.
El sonido del teléfono la sobresalta, más no se levanta a descolgarlo. Simplemente, lo deja sonar. Es publicidad, piensa. No hay nadie que se interese en llamarla.
Antes de irse a dormir apaga las luces. Revisa el contestador, aunque sabe que no han dejado mensajes. Un número 1 le dice lo contrario. Ella sonríe sarcásticamente. Es una broma, vuelve a pensar. Y le da a borrar. Sin escucharlo. Tampoco mira el número de quién ha llamado.
No le interesa. El único número que le interesa está muy lejos, y está segura de que nunca va a llamar.
Así que se acuesta, con la mente en paz -o lo que es en paz para ella-. Y se duerme en seguida.
Y nunca supo quién le había llamado.
Y, alguien pensó muy lejos de allí que quizá ella no quería que él volviera a entrar en su vida.